¿Por qué no sé celebrar mis logros?
Una reflexión sobre la voz crítica que vive en mi cabeza y me impide sentirme suficiente
Ayer me gradué, soy oficialmente Publicista y Relaciones Públicas (aunque me gusta más lo primero). Después de años de trabajos, entregas infinitas, noches sin dormir y prácticas mal pagadas, al fin tengo el título, eso que dice que lo logré, que "valgo". Y sin embargo no me siento distinta, no sentí la gran euforia que esperaba. Ni siquiera me permití celebrarlo más allá de una foto con la banda de graduada y sonrisa forzada. Tacho el objetivo de mi lista y venga, a por otra cosa.
Mis padres me dicen que está muy bien, que graduarse es importante, pero no sé, al fin y al cabo, ¿es lo que toca hacer no? La verdad es que tengo una vocecita muy crítica instalada de forma permanente en la cabeza. Una que no importa cuánto logre, siempre me va a decir: "Podrías haberlo hecho mejor", "No era tan difícil", "Seguro que los demás están más felices que tú". Es como si mi autoestima estuviera rota y no hubiese parche académico, profesional ni emocional que la pueda arreglar.
Ese “bueno, ya está” que me digo en voz baja es como una alarma interna que no me permite disfrutar de los logros. Y eso me pasa cada vez que logro algo. Me esfuerzo, me entrego, me obsesiono. Me exijo tanto que me rompo, y cuando por fin lo consigo… me siento vacía, o peor, me juzgo por no estar sintiendo euforia absoluta.
El lunes defendí mi Trabajo Final de Grado. Meses de investigación, de leer sin parar, de corregir, de cambiar enfoques, de pelearme con la estructura, de no saber cómo cerrar el maldito marco teórico. Me involucré, lo sufrí, hice un montón de correcciones… Quería que fuese algo de lo que me sintiera orgullosa. Y, ¿sabés qué? Saqué buena nota, bastante buena. Me felicitaron, me dijeron que se notaba el esfuerzo… ¿Y qué hice? Sonreí, asentí, dije “gracias”, y automáticamente pensé: podría haberlo hecho mejor. Ni un segundo de paz. Ni un brindis mental. Ni un abrazo interno. Nada. Solo esa voz crítica que no me deja disfrutar. Esa dichosa voz que me dice que no es suficiente, que nunca es suficiente.
Y me pregunto: ¿por qué somos así? ¿Por qué algunos de nosotros (sospecho que no soy la única) no sabemos disfrutar del éxito cuando llega? ¿Por qué sentimos que no nos lo merecemos o que, si nos detenemos a celebrarlo, vamos a perder el tiempo?
Creo que tiene que ver con cómo nos educaron. Con ese discurso que nos enseñaron desde pequeños: Valemos por lo que hacemos, no por lo que somos. Que si queremos “llegar lejos” tenemos que dar el 200%, demostrar todo el rato, destacar sin que se note que estamos intentando destacar. Que tenemos que ser brillantes pero humildes, ambiciosos pero discretos, exitosos pero con una pizca de inseguridad, para no parecer creídos
Y así, sin darnos cuenta, empezamos a vivir a través de metas, a tachar objetivos como si fueran casillas de un bingo. Terminar el colegio. Entrar a la carrera. Aprobar. No quedarte atrás. Hacer prácticas. Sacar buenas notas. Graduarte. Conseguir un buen trabajo. Y luego, ¿qué? ¿Seguir corriendo?
Me pregunto si alguna vez pararemos. Si alguna vez entenderemos que no todo tiene que ser una carrera. Que el logro también necesita espacio para asentarse y disfrutarse.
A veces siento que hay una parte de mí que no cree que merezco las cosas buenas. Que lo bueno que me pasa es por casualidad, por suerte, por estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Como si todo lo que he hecho no contara, como si solo sirviera para alimentar al monstruo del “y ahora, ¿qué sigue?”. Y lo más irónico de todo es que cuando veo a otras personas logrando cosas, no les exijo la perfección que me exijo a mí. A ellas sí las celebro, sí las aplaudo.
Y es que al final del día el éxito no cura la inseguridad. Por muy alto que llegues, si no aprendes a hablarte bonito durante el camino, no vas a saber hacerlo cuando llegues. Si no cultivaste la voz que te da paz, la que te abraza por dentro, no vas a poder silenciar a la crítica que te pide más, siempre más.
Y así es como llego a una conclusión que me incomoda más que cualquier examen final: tal vez no sé disfrutar porque nunca aprendí a sentirme suficiente.
Pero tal vez, crecer también sea aprender a quedarse. A quedarse en lo logrado. A saborear lo conseguido sin correr hacia la siguiente meta. A darte el permiso de celebrar. A dejar de mirar siempre hacia adelante como si el presente fuera un trámite.
Gracias por leerme, por estar al otro lado de lo que no siempre me atrevo a decir en voz alta. Puedes suscribirte gratis y así nos podemos seguir leyendo☆
Pienso, a partir de lo que escribes, que hay dos niveles de análisis y que si pudieras pensar de manera diferenciada, podría darte pistas en tu beneficio.
El primero se relaciona con tu autoestima, como bien indicas frente a "valemos por lo que hacemos, no por lo que somos". Rescatar ese valor por quienes somos, a partir de nuestra propia dignidad y valor como personas, ayuda a fortalecer nuestra autoestima.
Pero precisamente el segundo nivel, creo, podría sumar a tu reflexión. También cuenta lo que hacemos, pero... fincado en quién quieres ser y hacia dónde quieres ir. Identifiqué que por lo menos en este escrito no estableces una sola pregunta relacionada con quién quieres ser, que al final, se relaciona con "tu" satisfacción (no la de tu familia/amigos, no la de la sociedad). ¿Y si comienzas a hacerte preguntas en relación a tu satisfacción? Y no con la que se relaciona con que los demás valoren tus logros, sino con la que sientes en lo más hondo de ti.
Espero haberme explicado. Nos seguimos encontrando por acá, saludos!
Me encantó!!. Gracias!!